
Novela-blog · historia de amor con diabetes
Capítulo 2 – Mis primeras hipoglucemias con él
11 de octubre de 2025 · Por Sarai Lecuna
Cuando el que parecía desmayarse era él
Una cosa es que alguien te diga que “sabe mucho de diabetes” porque tiene un familiar con tipo 2. Otra, muy distinta, es enfrentarse en directo a una hipoglucemia cuando todavía estás en esa fase en la que finges que eres un ser humano relajado y no una mezcolanza de nervios, dudas y hormonas con ganas de enamorarse.
En teoría la hipo suena simple: baja el azúcar, tomas glucosa, esperas. En la práctica, es un cóctel raro: miedo con hielo, torpeza al gusto, una rodaja de amor y una sombrillita de humor involuntario. La diabetes, por si no lo sabías, tiene sentido del espectáculo.
La primera vez que me temblaron las manos… y a él las piernas
Era tiempo de COVID. Terrazas recogiendo a destiempo, mascarillas en los bolsillos y la palabra “aforo” pegada a todos los cristales. Yo evitaba las villavesas —así llamamos en Pamplona a los autobuses— y caminaba todo lo que podía. Subíamos una cuesta hablando de cualquier cosa poco importante cuando llegó esa sensación traicionera: visión borrosa, manos frías, el corazón como tambor. Si lo sabes, lo sabes. “Hola, hipo”.
Respiré hondo, contuve el pánico con el mismo arte con el que una madre se hace la fuerte delante de sus hijas y solté:
—Necesito parar.
Abrí el bolso, rompí un sobre de azúcar con los dientes y lo vacié con la fe de quien quiere pasar un examen sin estudiar. Y él… él me miró como si de repente se hubiera quedado sin idioma. En su cara ponía: ¿y ahora qué hago yo con esto? Se fue corriendo cuesta abajo. Volvió sudando con un vaso de agua como si trajera el Santo Grial. Yo, entre temblores, pensé: tranquilo, que no me voy a morir en mitad de la cuesta.
A los cinco minutos, el mundo volvió a su sitio. El azúcar hizo su trabajo, el suelo dejó de moverse y yo recuperé la voz. Él seguía blanco. Le pregunté, irónica:
—¿Estás bien?
—Sí… creo que me ha dado una hipoglucemia solidaria —contestó.
Ese día entendí que la diabetes también le había elegido a él, como aprendiz involuntario de emergencias.
El caos en versión masculina
La segunda prueba llegó una tarde en casa. Yo noté la bajada y le avisé. Él se activó en modo “rescate extremo”:
—¿Quieres pan? ¿Un yogur? ¿Una galleta? ¿Lo que sea?
Abrió el frigorífico como si estuviera en un concurso de televisión a contrarreloj. Yo apenas podía hablar, pero por dentro me reía. Iba a tocarle la clase práctica: las hipoglucemias no se arreglan con pan ni yogur. Se arreglan con glucosa rápida y calma. Dos ingredientes que, por cierto, suelen escasear cuando hay amor y miedo a la vez.
Cuando por fin se sentó, le expliqué: menos ruido, más azúcar rápida, y luego esperar quince minutos. Prometió que la próxima vez estaría quieto. Mentira piadosa: aún le faltaban varios intentos para graduarse.
La tercera fue la vencida
Íbamos en el coche camino a casa de mis padres. La bajada me pilló sin avisar: vacío en la cabeza, sudor frío, ganas de llorar por nada. Le dije que estaba bajando. Él se orilló con calma, abrió la guantera y apareció con una bolsita digna de botiquín: sobres de azúcar, un zumo de melocotón y una servilleta doblada como de enfermero aplicado.
Por primera vez no estaba nervioso. Miraba el reloj del móvil y, sin elevar la voz, me decía:
—Llevas cinco minutos. Espera otros diez.
Ahí, en el arcén, entendí la diferencia entre “estar” y “sostener”. No era que todo estuviera bajo control —cuando tienes diabetes, el control es siempre un perro caprichoso—, era que ya no necesitaba fingir fortaleza. Podía ser vulnerable y él no se deshacía.
Lo que enseñan las hipoglucemias (además de a llevar sobres en el bolso)
Descubrimos que las hipos nos educaban en idioma no verbal. Aprendimos respiraciones, miradas y silencios. Si me quedaba demasiado callada, él ya sabía. Si comía más deprisa, una ceja suya preguntaba: ¿te estás bajando? Y yo respondía con un “sí” que no pedía disculpas.
También entendimos el poder del humor. Hay algo de magia en reírte con el sobre en la mano. Como si dijeras: no me vas a ganar hoy. Y él seguía mi broma, incluso cuando el susto le rondaba por dentro.
De aprendiz a experto improvisado
Si abres hoy su mochila, parece un catálogo: pastillas de glucosa, geles, zumos y una Coca-Cola mini “por si acaso”. Cuando viajamos, mete los medidores antes que el cepillo de dientes. Si salimos a comer, pregunta por el pan integral sin que yo diga nada. Y cuando me ve agotada, me acerca agua, me recuerda el sensor y me deja en paz. Que a veces, ayudar es exactamente eso: dejar a la otra persona respirar.
Lo vi pasar del miedo a la planificación. De la adrenalina a la serenidad. De ser el que parecía desmayarse a convertirse en mi calma ambulante.
Cómo cambié yo (spoiler: dejé de castigarme)
Confieso que durante mucho tiempo viví cada bajón como un fallo —mío—. Como si una hipo significara: “no lo estás haciendo bien”. Es fácil caer en esa trampa cuando convives con números. La diabetes te pone cifras delante y a veces olvidas que tú eres más que cualquier gráfica.
Con él aprendí a no dramatizar. A decir: “Estoy baja, dame un segundo” y no pedir perdón después. A aceptar que mi cuerpo también se equivoca, que mi vida no es una hoja de cálculo, y que ninguna cifra decide mi valor.
Mantra compartido: ya has tomado glucosa, espera quince minutos
Convertimos esas palabras en código secreto. Cuando la cosa se torcía, él no daba discursos. Decía lo justo:
—Ya has tomado glucosa. Espera los quince minutos.
Y ese “espera” era más que tiempo. Era: “confía en tu cuerpo”, “no estás sola”, “yo vigilo el reloj por ti”. A veces el amor cabe en cuatro frases cortas y un cronómetro.
Cinco lecciones que me dejaron mis primeras hipoglucemias con mi pareja
- No todos los héroes llevan capa: algunos llevan mochilas con zumos.
- Explicar es empoderar: cada vez que le contaba cómo ayudar, le daba herramientas reales.
- El humor salva: reírse en mitad de una hipo desactiva la bomba del pánico.
- La calma se contagia: si él respira, yo también.
- El amor se mide en gramos de glucosa: literal y metafóricamente.
Noche de alarmas, limón y ternura
Eran casi las tres de la mañana. El sensor pitó como si tuviera vida propia. Me senté, abrí el cajón hecha una furia somnolienta y, sin pedirlo, él ya estaba de pie. Medio dormido, me tendió un sobre:
—Toma, el de limón, que te gusta más.
Me reí. Él se dejó caer a mi lado, con esa forma de estar que no molesta, que no ocupa, que sostiene. Murmuré:
—Te odio un poco.
—Yo también —dijo— pero menos que al sensor.
El cine no graba estas escenas. Y sin embargo, sostienen la vida real. La de cifras, alarmas y cansancio con ternura.
Vivir con diabetes en pareja: un equipo de verdad
No “me arregló”. Me acompañó a entender mi cuerpo con menos culpa. Eso hizo que yo también quisiera cuidarme mejor. Cuando hablo de mis primeras hipoglucemias con mi pareja, ya no pienso en el miedo. Pienso en la confianza que se abrió después.
Lo que no se ve en Instagram (pero cambia tu vida)
No hay filtros para el temblor de manos. No hay trending audio para el silencio de los quince minutos. Pero esos micro-momentos construyen la relación. En ellos aprendimos a pedir sin vergüenza, a agradecer sin dramatismo, a celebrar victorias pequeñitas: una noche sin alarmas, un desayuno sin sobresaltos, una risa al borde del cansancio.
Checklist emocional para acompañar una hipo (versión pareja)
- Presencia: quédate cerca.
- Acción mínima: ofrece glucosa rápida y agua.
- Silencio útil: evita el interrogatorio.
- Tiempo: pon el cronómetro, tú miras el reloj.
- Reencuadre: cuando pase, humor y abrazo.
No es un protocolo médico. Es un manual de cariño aplicado. Nos funcionó a nosotros. Y, sobre todo, nos hizo un equipo.
Epílogo: del miedo a la ternura
Si me preguntas hoy si es difícil tener una relación cuando uno de los dos convive con diabetes, te diré la verdad: no es difícil, es distinto. Te obliga a frenar, a hablar claro, a escuchar incluso lo que no se dice. Te invita a pedir ayuda sin vergüenza y a darla sin invadir.
La diabetes nos enseñó paciencia. Nos hizo observadores. Nos recordó que el amor también es logística: sobres en el bolso, sensor cargado, zumo en la mochila. Y que la calma —esa calma tan poco vistosa— puede ser la forma más profunda de decir “te quiero”.
Lo que ninguno de los dos imaginaba era que la mayor prueba aún estaba por llegar: un embarazo con diabetes, revisiones constantes, miedos nuevos… y un amor que se hizo todavía más grande.Descubre mi libro: Vivir sin miedo@diabetesconsarai en Instagram
Sígueme para leer el próximo capítulo: embarazo y parto con diabetes, nuestra prueba más grande.
👉 Lee también: Capítulo 1 – Una primera cita con cerveza, lluvia y diabetes de por medio
👉 Siguiente: Capítulo 3 – Embarazo y parto con diabetes: nuestra mayor prueba