
Novela-blog · historia de amor con diabetes
Capítulo 1 – Una primera cita con cerveza, lluvia y diabetes de por medio
Llueve. Siempre me gustó la lluvia, pero no cuando me hace esperar. Él dirá que llegó puntual; yo sigo sosteniendo que llegó tarde. El caso es que, entre las gotas que golpeaban la calle Estafeta y mi minifalda verde recién salida del trabajo, apareció con una camisa de cuadros roja. Fea, muy fea. De esas que ni mi padre se habría puesto. Menos mal que con el tiempo mejoró el estilo.
Yo iba nerviosa, aunque lo disimulaba bastante mejor que él. Pedimos dos cervezas, nos sentamos, y me di cuenta de que hablaba… mucho. Tanto, que apenas me dejaba meter palabra. Creo que de lo poco que conseguí decirle fue:
—Tengo dos hijas.
Su cara cambió. Éramos adultos, yo tenía 30, él 33, pero claramente no se esperaba semejante bomba en una primera cita. Y todavía faltaba otra.
—Tengo diabetes.
Ahí se vino arriba.
—Ah, eso lo conozco. Mi padre tiene diabetes tipo 2.
Yo asentí, sonreí y pensé: ya veremos cuánto sabes realmente. Porque lo que él no sabía es que la diabetes en mi vida no era un dato de conversación; era un personaje más, invisible pero siempre presente.
Los primeros choques con la diabetes
Poco después, la realidad llegó rápido. Era tiempo de COVID, y yo evitaba los autobuses —aquí en Pamplona los llamamos “villavesas”—. Caminábamos juntos por una cuesta cuando empecé a sentir esa sensación tan familiar: la hipoglucemia.
Le dije:
—Necesito parar.
Saqué sobres de azúcar y me los empecé a tomar, intentando no pensar en la vergüenza de estar con un chico nuevo y que mi cuerpo me traicionara así.
Él, nervioso, corrió a por agua para que el azúcar se disolviera más rápido. En otra ocasión, en lugar de tranquilizarme, me ofrecía comida sin parar: galletas, pan, yogur… casi todo lo que no ayuda en una hipo. Yo pensaba: como siga así, el que se desmaya es él, no yo.
Con el tiempo, sin embargo, algo cambió. Pasó de ser ese chico que revoloteaba como mosca histérica a convertirse en alguien sereno. Ahora, en cada bajón me dice:
—Tranquila, espera los quince minutos. Ya has tomado glucosa.
Y no solo eso: lleva en su mochila pastillas, geles de glucosa, zumos… y hasta una Coca-Cola, “por si acaso”.
El amor entre cervezas y glucemias
Lo que me atrapó no fue que supiera de diabetes (porque no tenía ni idea), sino su forma de mirar y decir lo justo. Él es tímido, incluso inseguro, pero cuando me dijo que quería conocer a mis hijas, entendí que había algo distinto. Algo real.
También tuvimos conversaciones que marcaron un antes y un después. Una noche le solté:
—Cuando me dé una hipoglucemia, necesito calma. Si revoloteas y me preguntas cada dos segundos cómo estoy, me pongo peor.
Y lo entendió. Desde entonces, supo que a veces ayudar es simplemente estar, sin hablar demasiado.
El embarazo, un salto al vacío lleno de miedo y esperanza
Con el tiempo, decidimos tener una hija juntos. Yo le avisé desde el principio:
—Con diabetes, un embarazo es de riesgo. Para mí y para el bebé.
Él no dudó. Me apoyó en la decisión y se convirtió en mi compañero de batalla: en cada visita médica, en cada comida vigilada, en cada miedo. Recuerdo cuando nos dijeron que la niña venía pequeña. Nos metieron el miedo en el cuerpo, revisiones cada poco… y al final nació perfecta.
Ese embarazo fue duro, pero él estuvo ahí, cuidando, protegiendo, incluso comiendo lo mismo que yo para no tentarme.
Y así empezó todo
Lo que empezó como una cita con cerveza y una camisa horrible, terminó siendo el comienzo de una historia con amor, diabetes, miedos y muchas risas.
Porque sí, al principio parecía que el que se iba a desmayar era él. Pero ahora es mi maestro zen en cada hipoglucemia.
Y lo que no sabíamos en ese momento era que la diabetes no solo iba a ponernos a prueba… también iba a ser la que nos enseñara a amarnos de verdad.
@diabetesconsarai en Instagram
Sígueme para leer el próximo capítulo de esta historia de amor con diabetes.