
Vivir sin Miedo · Publicado el 17/10/2025
Hay relaciones tóxicas y luego está la mía con mi sensor de glucosa. Llevábamos una semana estable, sincronizados, casi románticos. Hasta que, sin previo aviso, desapareció. Literalmente: pantalla en blanco, lectura perdida, cero comunicación. Mi sensor me hizo ghosting. Y yo, como toda persona emocionalmente responsable, pasé por las cinco fases del duelo… en menos de diez minutos.
Fase 1: negación (seguro que es la app)
Reinicié el móvil, la app, el bluetooth, el wifi y hasta el router. Nada. Como buena mujer moderna, asumí que el problema era tecnológico, no emocional. Pero a los cinco minutos ya estaba hablando sola: “No puede ser… si ayer me avisó de una hipo con tanta dulzura.”
Fase 2: enfado (¿en serio, sensor?)
El pitido silencioso del abandono. No sé si alguna vez te ha dejado alguien en visto con una flecha de tendencia, pero duele. Me encontré mirando mi brazo como quien mira la conversación de WhatsApp que nunca tuvo respuesta. Y pensé: ¿cómo es posible que un aparato que cuesta más que mi suscripción anual de Netflix tenga menos compromiso emocional?
Fase 3: negociación (vuelve, prometo calibrarte a tiempo)
Empecé a mover el brazo, a acercarlo al móvil, a ponerlo en distintas posiciones como si fuera una antena humana. En ese momento me di cuenta de que la dependencia tecnológica tiene nombre y apellido: control. No quería al sensor por cariño, sino por seguridad. Y cuando se fue, me quedé con algo mucho peor que la incertidumbre: el miedo.
Fase 4: tristeza (me siento huérfana de datos)
La pantalla en blanco me recordó que durante años viví así: sin flechas, sin alarmas, sin números. Solo con intuición, síntomas y un poco de paciencia. Y fue entonces cuando me vino la frase de mi propio libro “Vivir sin miedo”:
“El control no está en el número, está en la calma con la que decides mirarlo.”
Así que respiré, medí con el glucómetro, y comprobé que todo estaba bien. Mi glucosa… y mi ego.
Fase 5: aceptación (a veces, el silencio también informa)
Después de tres horas, el sensor reapareció. Como si nada. Sin disculpas, sin explicación. Solo un número que, para variar, no me convencía. Y ahí lo entendí: no necesito un sensor perfecto, necesito un criterio emocional estable. El cuerpo da señales más precisas que cualquier app, solo hay que escuchar sin tanto ruido.
Lecciones que me dejó mi ghosting tecnológico
- El control absoluto no existe, pero la serenidad sí.
- La confianza no se mide en miligramos, se entrena cada día.
- Cuando la tecnología falla, es la oportunidad perfecta para practicar humanidad.
- Y sí, puedes sobrevivir a tres horas sin lecturas. No hace falta un drama en Netflix.
Entre pitidos y pausas
Lo cierto es que mi vida con diabetes se parece mucho a una relación de pareja larga: hay días de sincronía y otros de “necesito espacio”. El sensor pita, yo respiro. El sensor se equivoca, yo también. Y seguimos. Porque esto no va de perfección, va de acompañamiento. De entender que cada dato, cada pitido y cada silencio cuentan parte de una historia que no siempre se mide, pero sí se siente.
Cuando lo profesional se mezcla con lo personal
En mis charlas sobre bienestar emocional siempre digo lo mismo: la calma no es un estado, es un entrenamiento. Y créeme, convivir con un sensor rebelde es el mejor gimnasio emocional que conozco. He aprendido más sobre autocontrol mirando una gráfica que en cualquier curso de gestión del estrés. Porque cuando un pitido te saca de tus casillas, no hay teoría que valga: solo práctica, respiración y sentido del humor.
Así que, si hoy tu sensor decide ignorarte, recuerda esto: no estás sola, no estás fallando, y probablemente tu cuerpo sigue sabiendo más que la app. Tú eres la versión premium del autocuidado. El resto son notificaciones.
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Escrito desde una tarde con el sensor rebelde y un café frío.
— Sarai Lecuna, autora de Vivir sin miedo
Categoría: Relatos y reflexiones · Publicado el 17/10/2025